Proselipsismo

Habida cuenta de la miríada de profetas ejerciendo el proselitismo, y siendo un hecho que Sócrates y su dialéctica huelen a vetusto, se hace pertinente una forma de tratar con el otro lupus que:

  1. Eluda el proselitismo pedante cuando este encaje —¡casualidad!— con la opinión personal del proselitista —véase siempre en el diccionario—.
  2. Dote al receptor del proselitismo con una herramienta capaz de desmontar a su no-invitado.
  3. Convierta un ejercicio de asesinato intelectual en una práctica jocosa y amena.

En estas circunstancias, pueden dar por muerto a Habbermas. El proselipsismo es mi propuesta práctica contra el proselitismo. Si ser proselitista significa esparcir a toda costa las ideas propias con la intención de que sean asimiladas, compartidas y viralmente difundidas, serproselitista significa abogar por la elipsis en las opiniones.

El proselipsista basa su discurso en el opuesto definido por el contrario, y emula las formas de su discurso para desestabilizarle.

Así, el proselipsista es un beodo frente al ateo y un ateo frente al beodo; defensor del débil cuando habla con el fuerte, y abogado del Diablo cuando cena en casa de una familia de mineros; un enfermizo feminista o un insultante machista; el marido perfecto o un picaflor descontrolado; perseguidor de antiguos nazis o revisionista del Holocausto. Y lo hace, sutilmente, utilitarizando los mismos argumentos que recibe; por eso combate lógica con más lógica y emociones con vísceras.

Diríale, para cerrar este monólogo breve cuya mera intención es refundar las bases de la pedagogía occidental, que para ser proselipsista basta con empezar a serlo.

Y acabaría, para terminar y poner fin a esta pedantería, recordándole que un buen proselipsista debe hacer honor a lo sibilino—que no se note que hace usted mofa de quien tiene delante, no sea que además de proselitista esté usted hablando con alguien que sabe clavarle los codos a las manos—.

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