Habida cuenta de la miríada de profetas ejerciendo el proselitismo, y siendo un hecho que Sócrates y su dialéctica huelen a vetusto, se hace pertinente una forma de tratar con el otro lupus que:
- Eluda el proselitismo pedante cuando este encaje —¡casualidad!— con la opinión personal del proselitista —véase siempre en el diccionario—.
- Dote al receptor del proselitismo con una herramienta capaz de desmontar a su no-invitado.
- Convierta un ejercicio de asesinato intelectual en una práctica jocosa y amena.
En estas circunstancias, pueden dar por muerto a Habbermas. El proselipsismo es mi propuesta práctica contra el proselitismo. Si ser proselitista significa esparcir a toda costa las ideas propias con la intención de que sean asimiladas, compartidas y viralmente difundidas, serproselitista significa abogar por la elipsis en las opiniones.
El proselipsista basa su discurso en el opuesto definido por el contrario, y emula las formas de su discurso para desestabilizarle.
Así, el proselipsista es un beodo frente al ateo y un ateo frente al beodo; defensor del débil cuando habla con el fuerte, y abogado del Diablo cuando cena en casa de una familia de mineros; un enfermizo feminista o un insultante machista; el marido perfecto o un picaflor descontrolado; perseguidor de antiguos nazis o revisionista del Holocausto. Y lo hace, sutilmente, utilitarizando los mismos argumentos que recibe; por eso combate lógica con más lógica y emociones con vísceras.
Diríale, para cerrar este monólogo breve cuya mera intención es refundar las bases de la pedagogía occidental, que para ser proselipsista basta con empezar a serlo.
Y acabaría, para terminar y poner fin a esta pedantería, recordándole que un buen proselipsista debe hacer honor a lo sibilino—que no se note que hace usted mofa de quien tiene delante, no sea que además de proselitista esté usted hablando con alguien que sabe clavarle los codos a las manos—.
Deja una respuesta