Hoy en día, las noticias suceden en tiempo presente. Esto jamás ha sido así, dado que unos hechos noticiosos que merecían ser recordados solían motivar la acción de recordar, que cristalizaba una serie de procesos por los cuales la información se condensaba, interpretaba y producía posteriormente. El hecho pasaba a ser noticia tras un itinerario de dilucidación y consciencia sobre lo que había ocurrido.
Hoy en día, las noticias se cuentan conforme pasan, por lo que:
- No hay cabida para registrar el hecho para su posterior análisis, sino que
- el hecho en sí mismo se analiza conforme sucede, por lo que
- no hay espacio para la reflexión, y por ende
- las noticias carecen de criterio.
Lo que antes eran fábulas, relatos épicos o notas de prensa ha sido reducido a la profusión de la información. Los acontecimientos noticiables han pasado a ser las noticias. El ojo del periodista está siendo sustituido por la acción inmediata de la tecnología, y como la tecnología ejerce para sí misma un proceso meramente mecánico, no se puede esperar que reflexione sobre lo que registra.
La herida intelectual en esto es evidente: ¿qué pasa si el hecho del que se está informando carece de veracidad? Este efecto de destemporización de la noticia, sumado a la impulsividad del sistema emocional —que decide frente al racional— nos hace mucho más propensos a sufrir los efectos incontrolables del Teorema de Thomas, en cadena:
Si las personas definen las situaciones como reales, éstas son reales en sus consecuencias
Vivir en un mundo rodeado de noticias en tiempo presente podría devolvernos a la primera mitad del siglo XX, y a la teoría de la aguja hipodérmica de los medios de comunicación volvería a estar sobre la mesa del debate. Podría darse el caso de que reaccionásemos frente a los medios en términos de causa y efecto, sin condicionarlos. Sería posible que un arrebato de información no contrastada desencadenase eventos injustos, y que estos desembocase en una concatenación de sucesos bochornosos y terribles.