En un mundo hyperreal el significado es capital. En tiempos anteriores, la ontología se habría encargado de la lenta autopsia de lo que existe; pero ahora, en este contexto definido por la manipulación electrónica de la verdad, el significado engulle a su significante. Las cosas dejan de ser por lo que son, y empiezan a ser por lo que se cree de ellas.
El coche ya no es el coche, sino su escudería. La bebida ya no es la bebida, sino su destilería. El partido ya no es su ideario, sino su propaganda. En un mundo hyperreal la marca tiende a convertirse en todo.
Quizás fuese éste el último terror de Baudrillard: la imponente y desmentida singularidad tecnológica, que ahora nos alcanza de otro modo. Sea por la profusión y perfección con la que producimos, por la postmodernidad o por el cambio hacia la sociedad de la información, el significado atrapa lo poco que queda de lo real. Lo vemos en Justin Biever, lo vemos en Apple, lo vemos en España.
Y en todo este proceso hay una vertiente siniestra. El significado aliena la supervivencia del objeto. Si el significado lo es todo, matar el significado mataría el objeto. Así caen los Imperios: cuando la gente ya no cree en ellos.
Desmantelar el significado significa aislarlo y despreciarlo, dejarlo morir de sed social; y con ellos distraer a las masas de su mantenimiento. La falta de significado influye en la agenda y las acciones de las personas; la muerte del significado engendra dejación y abandono.
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