Lo que debes saber antes de abrir la boca

Me declaro incompetente verbal; como todos. Confieso. Cualquiera puede tener un lapsus linguae, puede apretar la tecla equivocada o confundir churros con medias. Todo, claro, un número limitado de veces.

Porque, efectivamente, hay una frontera (algo abstracta, pero haberla hayla) entre lo tolerable y lo intolerable a la hora de expresar un pensamiento. Pongámonos más cartesianos: a la hora de expresar un concepto, una idea, o un simple cúmulo de información.

Voy a intentar aclarar algunos puntos, una especie de «Reglas de Oro (falso)», motivadas por lo mal que me he sentido hoy en el coche al escuchar las opiniones de ciertos tertulianos radiofónicos que, cursando o teniendo estudios superiores, no eran capaces de demostrar ni un ápice de competenecia.

1. La pereza vocal debería ser un delito.

No puedes ser locutor de radio y hablar sin juntar los labios. No puedes, sencillamente. Como mínimo, es necesario ejercitar la parte maxilo-facial todos los días: al levantarte por la mañana, al hablar con gente o  por teléfono, al leer un libro, o donde sea. Este entrenamiento merece tanta constancia como la de un deportista que ha de rendir marcas.

No se me pasaría por la cabeza la idea de presentarme a una maratón sin haber entrenado primero unos meses.  Es de cajón que uno no puede pasarse la vida con la boca dormida (en relación con el cerebro, seguramente en idéntico estado), y pretender ser un as de la narración. De tu oratoria depende también tu reputación como profesional; tú verás si es importante o, por el contrario, puedes pasarlo por alto.

Aparte, que cómo te expreses será una referencia sobre cómo de ágil eres;  no sólo mental sino también intelectualmente. Hago esta pequeña distinción porque puedes ser un hacha manejando datos, pero un completo inútil a la hora de desarrollar tus propias ideas. La próxima vez que te mires al espejo piensa sobre esto.

2. Tu dicción justifica tu erudición.

Cuando enciendo la radio hay una pregunta tácita: ¿qué vas a contarme? Porque si lo único que tienes son opiniones vagas y rumorología barata, mejor giro el dial y te abandono. Mato tu voz. Prefiero ser un audiocida a perder mi criterio.

Los «yo creo», los «yo opino» y similares no me los sirvas fríos. Los quiero en el momento adecuado, a la temperatura óptima. Si abusas, voy a tener muy claro lo que pasa: que no tienes nada entre las dos orejas, y lo único que eres capaz de hacer son juicios de valor sobre si esto o aquello es bueno o malo. Hoy he oído en menos de un minuto la misma referencia a que los becarios son «esclavos»; no pido dos sinónimos, pido que las otra tres veces hablase de otras tres cosas. Algunos juegan una carta. Esto va de jugar con toda la baraja.

Peor aún: bueno o malo, esto o aquello, pero sin profundizar en los porqués. Esto es lo que más justifica que incendie la emisora un día cualquiera, cuando sea invierno y resulte rentable para calentar a todos los sin techo que, como mínimo, tienen la suerte de no poder escucharte.

Tu bagaje cultural viene dado por la profundidad de tus opiniones.  Si no sabes expresarlo, socialmente no lo sabes. Lo siento mucho por John Cobra. Si no eres capaz de enraizar tus tesis vete despidiendo de un oyente. Quiero decir, que yo opino

El último punto que quiero resaltar viene por haber escuchado a un ¿futuro? periodista aquejado de las pocas prácticas que se hacen en la carrera, y a su compañera dándole la razón al grito de «Claro, después de un verano sin escribir cuesta teclear». ¿Por qué en vez de pasarte la vida esnifando pegamento, periodista junior, no inicias un blog y desengrasas ciertas partes del cerebro? Da igual lo que te manden hacer si tú no haces el trabajo. ¿Qué confianza me daría un médico que de año a año olvida sus conocimientos porque «no le han hecho hacer prácticas»?

3. A ojo de buen cubero, los astronautas acabaron muertos.

En la misma emisora un chico y una chica (dudosamente un hombre y una mujer) llevan un programa de moda. El problema es el mismo que tienen los que van antes y los que van después en la parrilla: se sienten con la necesidad de justificar lo interesantes que son sus contenidos.

Fulanito de Tal resulta ser un «verdadero» jugador de fútbol, mientras que Fulanito de Cual es «muy, muy, muy» sincero con su pareja. La misma calificación que las botas de Paris Hilton, «muy, muy, muy» espectaculares. Los contenidos son «realmente interesantes», cuando no «impresionarán a la audiencia».

La catástrofe se atisba ya demasiado cerca, cuando no hay tiempo para huir, en el momento en que uno cualquiera deja colgada su frase. «Menganito es… es un…», y lo remata: «gran… gran profesional». Descenso en el tono. Lo ha clavado. Es un gigantesco as, que no tiene otra cosa que aparecer en tu programa para que lo hinches hasta que reviente.

Interrumpimos la transmisión para hacer la pregunta del millón: si tus contenidos son «tan, tan, tan» interesantes, ¿por qué necesitas justificarlos constantemente?

4. Replicar no te hará inteligente.

Cuando uno no ha cumplido los tres puntos anteriores, todavía queda un cuarto que puede desgraciar el cuadro del todo: la falta de originalidad. Ser lo suficientemente caradura para copiar eso de «las botas de encaje, con leggins y cuero duro de Jashakamihala Ashakarenova». Donde al final añades «…con su gran, gran estilo desfilando». Lo mató tu exageración y cuatro palabrejas que ni entiendes pero te sirven.

El problema para hacer algo es que has de saber cómo hacerlo o descubrirlo. Dar palos de ciego constantemente es la manera más fácil de cortar el cable equivocado de la bomba, poner a cero el temporizador y dejar que los cuatro inteligentes vean cómo tus pedazos se desparraman manchados de Gracia por las oficinas del paro.

Sé natural: si no lo sabes, no lo sabes. Si lo aprendes, lo sabes. Y, si lo que quieres es copiar, mejor dedícate a coser carteras. No tiene nada de malo hacer un programa de lo que quieras siempre que puedas lidiar con ello; de lo contrario, no sólo me reiré de ti, sino que, como parte de esa audiencia cruel y despiadada, me esforzaré por acentuar tus faltas delante de mis amigos.

Y otra cosa: puede que tengas una línea editorial; otra cosa muy distinta es que te identifiques con ella. Si me hablas de «usted» sin sentir ese respeto, una de dos: o bien pienso que te estás riendo de mí, o bien te siento como un chucho obediente que hace lo que le dicen sin el menor talento.

Espero que estoy ayude a más de uno a redescubrir el sentido de la vida, el Universo y todo lo demás. Si hacemos las cosas, al menos hagámoslas bien. Y la razón de por qué todo este sermón nos la da, de nuevo, el cine:

«Quiero contarte una cosa Mark, algo que aún no sabes. Nosotros los K-paxianos lo hemos descubierto porque llevamos mucho tiempo existiendo. El universo se expandirá y luego se cerrará en sí mismo. A continuación volverá a expandirse y repetirá este proceso hasta el infinito. Lo que no sabes es que, cuando el universo vuelva a expandirse, todo será otra vez como ahora. Cualquier error que cometas esta vez lo revivirás en la próxima ocasión, lo revivirás una y otra vez eternamente. Por eso, mi consejo es que esta vez tomes la decisión correcta, porque esta oportunidad es la única que tienes.»

K-Pax


Comentarios

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Aran dice:

¿Pereza bucal o pereza vocal? 😉

Dani dice:

La frase del final, de K-PAX es la repera en vinagre, una enorme película que casi nadie conoce.. pasó bastante inadvertida, por desgracia 😀

Me he sorprendido a verlo 🙂 Saludos!

gma dice:

Tomo nota por si alguna vez, alguien quiere contratarme para trabajar en la radio…

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