Hace poco menos de dos años, comentaba con ciertas personas la idea de crear una plataforma para que la gente pudiese formar equipos. Ya existían suficientes gurús y gurás ayudando a startups, aceleradoras, eventos de networking y demás ralea alrededor de las Verdaderas Empresas. Había de todo, menos un lugar que indexase todas esas buenas intenciones en paquetes llenos de gente con ganas de trabajar.
Poco después descubrí TeamerUP, una iniciativa de la UPV que —además de su parecido con mi poco original nombre TeamUp—, compartía similares intenciones. Me alegré, porque no tendría qur montar nada. No dudé en intentar registrarme, algo que conseguí pasado un horrible periplo en el que, además de aprobación, mi nombre de usuario tenía que ser de exactamente ocho caracteres —como por obra de los Monty Python—. Cabe añadir a lo anterior, que lo que me encontré fue una ofuscada implementación sobre WordPress de lo que parecía una proto red social, limitada a la apriencia de un vetusto tablón de anuncios que exigía aprobación por parte de moderadores.
Hoy recibí un correo invitándome a otra de sus convocatorias, lo que me recuerda que estoy dentro; por insistir, porque alguien me aprobó, porque del mismo modo que StartUPV rechazó Bcycles —un sistema de optimización en tiempo real del parque de bicicletas públicas— por no ser yo, CEO, un egresado del lugar, no me habrían permitido el acceso de no estar el vigía ido de mente el día en que les escribí insistiendo en mi aceptación.
Hoy, el correo asegura que el invento está «creado y pensado para que toda la Comunidad Universitaria de la UPV tenga un espacio para encontrar emprendedores». De todas las memeces con las que uno puede toparse por estos lates —incluida la inefectiva presencia de los coach de StarUPV, y la extraña permanencia de ciertas de sus «estartups» a las que contractualmente ya se les pasó el arroz—, esto es lo que más me chirría.
¿Por qué insiste la UPV en mirarse el hombligo, en practicar la endogamia sistemática? «Su casa, sus normas», me dirán los suicidas que no saben que todos estos caprichos se pagan con sus impuestos. La universidad pública ha de servir a intereses públicos, al menos por encima de los intereses privados, ególatras e infantiles de sus rectores.
Más allá de las naturales peleas de ego que esta institución sostiene, restregando su marca y enfatizando su control sobre todo proyecto que colabore con ellos, considerar que la UPV hace cosas «para los de la Upeúve» compromete sus intereses generales, que —creo que— pasan por cooperación, desarrollo, internacionalismo, y nueva sangre con nuevas ideas. Como decía el CEU, bienvenido el talento, pero al revés.
Al CEU ya le pasó algo parecido cuando se animó a ingresar como profesores a sus recién doctorados sin que saliesen al mercado laboral, en una espiral que obra en detrimento de su calidad docente. Claro que el CEU es una institución privada, y por ende son libres de joderse sin dar explicaciones.
¿Pero qué hace la UPV cuando sólo se invita a sí misma? Ignorar que Valencia, esa ciudad que hay cuando cruza la calle, tiene una cantera de gente animada a crear cosas nuevas, aunque por azares de la vida su suerte no haya pasado por las bondades de sus aulas. Si a ello sumamos la mediocridad en la ejecución de proyectos como TeamerUP, los dobles raseros de las convocatorias, la arbitrariedad de sus decisiones y la política corporativa aplicada a una institución que debería ser transparente como una radiografía… Lo que nos queda es poco más que un nido de buitres —estudiosos, eso sí—, peleándose por las migas que les regalamos, sin apenas necesidad de justificar sus sueldos con el dinero —o los Nobel— que consiguen traer de vuelta.
La UPV es un lugar muy grande, y seguro que también hay gente honrada y maravillosa. A mí, personalmente, ya me sobran las experiencias y anécdotas —que suprimo por evitar la calumnia— que demuestran que una universidad con tanta forma tiene muy poco fondo. Ojalá algún día la cúpula rectoral, los decisores de las distintas facultades y los jefes de proyecto sepan bajarse del egotismo al que llevan tiempo subidos, y se den cuenta de que unidos, sin pensar en marcas más que en objetivos, podemos llegar más lejos que haciendo la vista gorda mientras le damos leña al trenecito de la mediocridad. Esto, que parece de perogrullo, parece importarles menos que su currículo y un estómago agradecido. Si esta gente respondiese por sus resultados, me gastaría lo que tengo en palomitas, para verlos hacer cola en el INEM.
Dejad de hacer el ridículo o, como diría Yoda, «hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes».