Entre el agobio diario no puedo actualizar y, ¿qué me podría animar a escribir de nuevo? El temita de los escáneres que desnudan pasajeros es suficiente. Más aún después de la supuesta aceptación que Radio Nacional de España nos está vendiendo esta mañana. ¿Qué precio estamos pagando por nuestra «libertad», que cada vez se convierte más en una ilusión total?
Quiero empezar citando una cita (toma genoma) de Microsiervos:
(…) la probabilidad de ir en un vuelo en el que se produzca un incidente terrorista de este tipo ha sido de 1 entre 10.408.947 en la última década. Comparativamente, la probabilidad de que te caiga un rayo encima en un año cualquiera son de 1 entre 500.000. Esto significa que más o menos podrías embarcarte en unos 20 vuelos al año y todavía sería menos probable que sufrieras en primera persona un ataque terrorista a que te partiera un rayo.
Esto es, rizando el rizo, una forma de decir que por la seguridad ciudadana sería mucho mejor instalarnos todos un traje-pararrayos antes que gastarnos el dinero en vivir un poco más en Totall Recall. Cof, cof, cof.
Pero eso no es lo más grave. Lo que más me preocupa es ver cómo nos la están colando con reglas de propaganda científica que, casualmente, ¡siguen funcionando! Incluso después de que Michael Moore lo contase en Fahrenheit 9/11, incluso después de la administración Bush… manda huevos. Veamos.
¿Cómo colar una medida políticamente incorrecta que más tarde pude emplearse para usos no convenidos?
«Crea un problema y después ofrece soluciones»
0. PRETENSIÓN: propongamos la intención de ejercer un mayor control sobre la sociedad, si no instantáneamente, sí para objetivos futuros. Con la implantación paulatina de sistemas de control, llegará un punto (si no lo hemos alcanzado ya) en el que se nos pueda monitorear. Esto, en una democracia perfecta, no sería un problema; el problema está cuando alguien empieza a jugar como no debe. Y mejor evitar que tener que pelearse luego por la retirada de una medida coercitiva.
1. ALARMA SOCIAL: lo primero es generar noticias que amenacen la seguridad de los individuos. Esto es, tanto su supervivencia como su reproducción. Decir «hay asesinos terroristas islamistas que suben a los aviones con explosivos indetectables y podrían matarte» es un ejemplo… diáfano.
Lo que me ha parecido sospechoso en este caso ha sido la etapa de distensión en la que vivíamos y, de pronto, ¡bang! Tensión. Sin aparentemente saber cómo, un incidente puntual (¿tal vez provocado por quien pensamos que no lo ha hecho?) dispara una serie de miedos a atentados constantes. Ya no es sólo un loco; resulta que el «loco» dice que hay más como él, resulta que empezamos a cerrar embajadas, y que la gente empieza a decir que, por favor, paren esto. Aparentemente, la estrategia ha funcionado.
Es más fácil que la gente te venda su culo si cree que eres el único capaz de salvarles.
2. IMPLANTACIÓN: y ahora, el truco. Bajo el contexto de miedo la sociedad se vuelve más maleable. Incluyamos las situaciones críticas, en general; ese tipo de situaciones de desesperación ante las cuales la gente es capaz de hacer que Hitler suba al poder democráticamente.
Es el momento de marcar el gol. Bajo las condiciones emocionales que nos llevarán a una aceptación social masiva, se aplican medidas que en condiciones más sobrias no sería posible aprobar.
3. PERMANENCIA: y ahí se quedan. La ley, colocadita en los libros, descansando después de toda la alarma. Tampoco hay motivo aparente para retirarla. Tampoco hay motivos mediáticos para sacarla a la luz. La memoria popular únicamente piensa que «alguna vez fue necesaria». Y, «por si acaso», ahí se queda.
El problema, repito, no es una medida puntural. El problema es análogo al Googlema: Google tiene información potencialmente interesante para muchos entes (gobiernos, empresas) ávidos; lo malo no es que Google gestione datos sensibles, lo malo vendrá en el momento en el que alguno de esos interesados consiga acceder y explotar la información. Y, mucho peor, si la ley acaba amparándole.
Ahora planteemos una sociedad de la información en la que la propia información es banalizada en su conjunto. Todos los datos, públicos. Se consigue un mundo en el que nadie le dé mucha importancia a esos de los datos privados. ¿En qué momento empieza a ser perjudicial? ¿En el momento en que yo cuelgo mi PIN y mi número de cuenta en Internet?
«No. En el momento en que el primer listillo decide usar tu cuenta.»
Pero eso es evitable, y esto es de cajón: quien juega con fuego…