Un día te levantas y decides que el mundo gira en torno a otro planeta, como si la Luna hubiera cambiado de nombre y ahora se llamase María, Sandra o Carlos. Quizá sea que los astros nos jueguen una mala pasada, malditos astros… pero y si somos nosotros los que se la estamos jugando a ellos, ¿a qué estamos jugando realmente? Maldita Luna con nombre de obsesión, deja de brillar por una noche y déjame libre para poder caminar con la única luz de las estrellas y el sonido de mis pasos, ¡mis únicos pasos! Nada de compartir pasos por esta noche, quizá mañana, o quizá pasado mañana o quizá cuando pase de ser un niño dentro de un cuerpo que le dobla la edad (aunque nunca la diga). Pues no, la Luna te ata con su luz y te domina para que no puedas dejar de mirarla aunque lo desees. Estás atrapado amigo, ya lo creo. Bienvenido al amor, a eso que se llama amor, al amor “verdadero”, al amor de “mentira” o al amor platónico, viviente, destructivo dicen algunos, bonito se dice en general, apasionado para los intrépidos. Pero dejadme adivinar. El amor ante todo y sobre todo, en su definición más básica y absurda, es interacción, entre la Luna y el terrestre, entre la obsesión y la libertad.
Queremos ser libres y los instintos nos castigan, nos lo dan todo y luego nos lo quitan para que sigamos ahí, a su vera. Enfrascados en el vaivén del amor, vivimos enamorados del vaivén y reacios a él.
Sólo soy un hombre, no lo olvides.
¡Gracias por el texto, Colli! A ver si os animáis y me seguís mandando colaboraciones 😉