Para haber estado tanto tiempo sin postear, algo bueno tenía que traeros. Ayer, desconectado a partir de las dos del ambiente estudiantil, decidí perderme un poco por Valencia, y di con un bar sencillo donde comí de lujo (de lujo, supongo, para cualquiera que haya tenido la mala suerte de haberse acostumbrado a tanta comida basura y tanta zarandaja digital hasta haber perdido la sensibilidad y el criterio de lo auténtico).
Pero mejor que la moussaka era el texto contenido por un marco frente a mí, clavado a la pared como el dinero al banquero. Guardaba un poema de Nicolás Guillén titulado Bares:
Amo los bares y tabernas
junto al mar,
donde la gente charla y bebe
sólo por beber y charlar.
Donde Juan Nadie llega y pide
su trago elemental,
y están Juan Bronco y Juan Navaja
y Juan Narices y hasta Juan
Simple, el sólo, el simplemente Juan.
Allí la blanca ola
bate de la amistad;
una amistad de pueblo, sin retórica,
un ola de ¡hola! y ¿cómo estas?
Allí huele a pescado,
a mangle, a ron, a sal
y a camisa sudada puesta a secar al sol.
Búscame, hermano, y me hallarás
(en La Habana, en Oporto
en Jacmel, en Shanghai)
con la sencilla gente
que sólo por beber y charlar
puebla los bares y tabernas
junto al mar.
Tal vez por cómo vivimos no he leído la propia descripción de los lugares, sino el aire de tranquilidad que se respira. «Shuya, shuya. Prisa Mata…«
Y, para los nostálgicos del aire salado, debo confesar que me ha recordado a:
Comentarios
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El asunto es… dónde está el susodicho bar?
bares… y pueblos. Yo también he decidido perderme esta semana pasada por entre pueblos de interior, sin cobertura para movil ni internet ni nada… También agobiada por la susodicha zarandaja y también buscando un poco de realidad ‘real’. Y creo que repetiré pronto, es una buena medicina para el alma en estos tiempos de agobio que nos empujan. Muy chulo el post.