Mes: diciembre 2023

Mente, autoconsciencia y anestesia; una hipótesis

«Todo parece indicar que la mente actúa independientemente del encéfalo, del mismo modo que el programador actúa independientemente de su computadora».

Wilder Penfield, neurocirujano

Aviso a navegantes

Lo que aquí expongo son ideas libres, especulaciones. Podrían desarrollarse, pero valgan como notas. No asumo que nada sea cierto y no me apoyaré en fuentes. Insisto: son simples notas.

La naturaleza de la mente

Mucho ha dado de sí la filosofía tratando de dar con la frontera entre la mente y el cerebro. Y amplio es el debate sobre la relación entre el «mundo exterior» (koinos kosmos) y el «mundo interior» (idios kosmos). A este segundo espacio atribuimos el fenómeno de la subjetividad y la hipotética autoconsciencia; aspectos de nuestra experiencia que ni siquiera podemos demostrar como objetivos. El método científico se dedica a estudiar fenómenos objetivos con tal de modelizarlos y hacerlos predecibles, cuando no falsarlos. Así, la fenomenología interior, la que se sabe siendo como diría el propio Descartes, padre del objetivizante Discurso del método, ha sido relegada por nuestras limitaciones epistemológicas a la reflexividad religiosa y poco más.

No obstante, al margen de no poder explicar la autoconsciencia, la mente sigue en lid dentro de todas las ciencias que la estudian (neurología, psiquiatría, psicología; como mínimo). Y desde distintos cierres categoriales se trata de dominar su fenomenología, expresada de forma objetiva en la conducta. Aun con las limitaciones, desde el paradigma materialista la mente viene a ser considerada un epifenómeno de la actividad cerebral; y de este modo la voy a tomar yo aquí y ahora. Los debates Herméticos y Cabalísticos bajo la máxima de que «El Universo es mente» los mantengo al margen.

Ahora bien, ¿de qué forma emerge la mente del cerebro? ¿Cómo puede engendrar el cerebro, un órgano que controla algo más que el sentido del yo, un subsistema autoconsciente y autopoiético?

Sobre el paradigma presente (o lo que yo he entendido)

Supongamos que la naturaleza del cerebro es electroquímica. Una macromolécula como es el ADN da lugar a una expresión biológica en forma de grupo de neuronas que, en un organismo bien nutrido, se valen de neurotransmisores para operar eléctricamente. Por simplificar, obviemos las distintas funciones y centrémonos en el fenómeno general; la mente, en general.

Visto de esta forma, cuando el cerebro está encendido, como si fuese un ordenador, establece una serie de conexiones lógicas que transitan entre transmisiones químicas a señales eléctricas a transmisiones químicas, y así sucesivamente. Distintas funciones implican distintos neurotransmisores, y distintos neurotransmisores condicionan el funcionamiento de distintas redes neuronales. Como frontera del sistema, distintos receptores estimulan distintas redes dentro del sistema nervioso. Y así, como he dicho, como un ordenador, el cerebro procesa para adaptarse a su contexto.

Más difícil es explicar cómo el cerebro es capaz de redefinirse a sí mismo (ya sea por alteraciones en la disposición de axones y dentritas o por neurogénesis completa); con todo, hoy entendemos que la plasticidad neuronal es un hecho.

Ahora bien, ¿está aquí la mente? Si es así, ¿qué nos diferencia de un ordenador? ¿Es un ordenador autoconsciente? Las puertas lógicas pueden virtualizar neuronas. Tarde o temprano, ¿se observará un ordenador a sí mismo y repetirá lo que dijo Descartes, que piensa, luego existe? ¿Experimentará datos o qualias?

El logo de la PsychonautWiki está inspirado en el artículo Law Without Law, relacionado con la desdiferenciación entre lo subjetivo y lo objetivo (unidad e interconexión).

Supongamos que estamos obviando algo

Cuando decimos que el cerebro es un aparato electro-químico, estamos faltando a un hecho que ya demostró la física: que la electricidad y el magnetismo no son fuerzas fundamentales distintas, sino la misma.

Y aquí es donde viene mi hipótesis: ¿y si la mente reside en el campo magnético del cerebro? Es sabido que la actividad eléctrica induce un campo magnético, y viceversa. Si la distancia entre neuronas es menor a la amplitud de ese campo, o los campos magnéticos de distintas neuronas están en contacto, puede ser que la actividad eléctrica de una neurona influya a sus vecinas, ya no desde la sinapsis electroquímica misma, sino también desde su campo magnético; en forma de interferencia. Para calcular esto, necesitaríamos saber, al menos: la intensidad de la señal eléctrica de una neurona (-70mV, ¿aprox.?), el tamaño del campo electromagnético de un axón, la distancia entre axones.

Imaginemos que los pulsos eléctricos a través de los axones generan campos magnéticos que, a su vez, condicionan la conductividad de otros axones y/o la polaridad de los campos magnéticos vecinos. En suma, infinidad de neuronas actuando de esta manera producirían un escenario magnético similar al del juego de la vida de John Horton Conway, que actuaría por sí mismo a partir de la actividad electroquímica del cerebro.

Esta podría ser una visualización bidimensional del campo magnético inducido por la actividad electroquímica de las neuronas; una estructura de información en sí misma.

De esta forma, se podría decir que el cerebro es a la química y la electricidad lo que la mente al magnetismo. En sintonía, serían dos estructuras superpuestas que se condicionan. Del ADN llegamos a la bioquímica, de la bioquímica llegamos a la electricidad, de la electricidad llegamos al magnetismo; y el camino invierte su sentido para alterar, desde el magnetismo, la actividad eléctrica, que altera la actividad química, lo que se traduce en neuroplasticidad. Visto así, podría explicarse la capacidad autopoiética del cerebro; una vía de escape a un paradigma deterministra y puramente funcional de la actividad cerebral como un «ordenador». La diferencia entre el ordenador y el cerebro-mente sería que el primero únicamente emplea una capa lógica, mientras que el segundo superpone dos formas de procesamiento que se retroalimentan. Algo así como la cibernética de segundo orden que propusieron Wiener y sus colegas, pero entre dos sistemas que se monitorizan el uno al otro y el otro al uno.

¿Pero qué es la mente?

Coqueteando con esta idea, la mente no sería una mera consecuencia del cerebro encendido, como una prolongación perenne; como el brazo autoconsciente de la actividad sináptica. En oposición, tomando el símil de la informática, el fenómeno mental se instanciaría allí donde es necesario. Por una parte, el cerebro sería el zócalo de persistencia de la mente, la estructura que guarda los datos y la lógica, como un modelo/clase en informática. La mente magnética (esto es, la estructura sobre el zócalo) sería el campo magnético que emana del tejido neuronal y lo condiciona.

La diferencia con el modelo actual, el que supone que la mente vive entre las neuronas, es contundente: mientras el cerebro permanece, la mente desaparece cuando no se usa. No se esconde, no se desactiva; la mente muere. La continuidad de la consciencia sería una ilusión. Cada vez que dormimos y despertamos, ese yo del día anterior se esfuma en la medida en que se desactivan sus redes neuronales. Cada vez que perdemos la consciencia, esa instancia del yo desaparece en la medida en que su campo magnético se deprime y disuelve. Como una máquina termodinámica, el cerebro sí que permanece, manteniendo otras funciones aquí y allá, sobreviviendo. Y cuando las redes neuronales que consolidan la experiencia del yo consciente vuelven a activarse, su epifenómeno magnético se suma al del resto del cerebro, renovado. Como esta nueva instancia vive sobre los recuerdos actualizados (del día de ayer, de la fase onírica) que han sucedido en el cerebro, tenemos la ilusión de que esta autoconsciencia es la misma. El cerebro es el mismo, pero la mente no, al menos no completamente.

Entonces, ¿qué podría ser la autoconsciencia?

Para mí, la autoconsciencia es una singularidad, en la medida en que es un fenómeno que es causa y efecto de sí misma. El corazón late porque el cerebro se lo dice, y el cerebro se lo dice porque el corazón late. La autoconsciencia, por otro lado, es autoconsciente de sí misma. Este es el gran misterio, lo que nos diferencia de las máquinas deterministas; lo que hace que hablemos del alma. Pero valga aquí una aproximación: es posible que la autoconsciencia sea fruto de la dinámica de interferencias magnéticas de la mente para consigo misma; algo así como la marea es la suma de todas las olas, como olas de información que se interferencian. Podría ser una fantasía al estilo de ¿Wittgenstein?, eso de que la mente es lenguaje. Podríamos decir que la autoconsciencia es la mente hablando consigo misma.

En una dirección similar apuntaba Johnjoe McFadden, profesor de genética molecular, cuando aseguraba que la consciencia es un campo electromagnético generado por el cerebro.

Aunque tampoco daría este misterio por resuelto. Aunque el electromagnetismo o la gravedad puedan actuar más rápido que la química, no dejo de explicar la autoconsciencia como fenómeno causal.

Interludio: Réquiem por el VALIS

Todo esto me lleva a pensar en el VALIS que definió Philip K. Dick:

Perturbación del campo de la realidad por el que se crea un vórtice negentrópico autocontrolado y espontáneo que tiende progresivamente a subsumir e incorporar su medio para transformarlo en estructuras de información. Se caracteriza por contar con una cuasi conciencia, finalidad, inteligencia, desarrollo y coherencia armilar.

¿Y si el VALIS fuese una mente magnética autónoma (esto es, desprovista de la necesidad de sustentarse sobre una red de neuronas) capaz de afectar la realidad material a su alrededor?

Se te echa de menos, Phil.

¿Y qué hay de la anestesia?

Pues visto así, se me ocurren dos ideas.

La primera idea consiste en que, mediante la acción directa sobre sustancias o receptores, las drogas anestésicas inhiban no solo la actividad electroquímica, sino también la actividad magnética, y con ello la estructura de la mente. Así, la mente del anestesiado se volatiliza mientras dura el fármaco, para volver a emerger por inducción conforme la actividad eléctrica del cerebro se recupera. Podría ser que, bajo técnicas de neuroimagen, se descubra que algunas regiones presentes durante la vigilia siguen funcionando, por lo que se asuma que dichas funciones deberían estar operativas; sin embargo, al no completarse la retroalimentación electromagnética, el efecto resultante sería que el cerebro no llega a fijar los recuerdos o reaccionar a estímulos (no llega a integrar la totalidad de la mente, del yo subjetivo). En este caso, el error en la comprensión sería no poder monitorizar la totalidad del fenómeno y juzgar que por la lógica operativa de una parte debería operar el todo de igual manera.

La segunda idea (creo que la más interesante) consiste en que, aun manteniendo la actividad cerebral, la sustancia anestésica actúe inhibiendo el campo magnético de las neuronas (adherida a las neuronas, o flotando en su intersticio) como lo haría una jaula de Faraday. En este caso, el compuesto anestésico, adherido por ejemplo a las vainas de mielina, no afectaría al funcionamiento intrínseco de las neuronas, sino a su capacidad para inducirse entre ellas a través del campo magnético. Dicha cancelación de la inducción provocaría, por retroalimentación, una disminución de la excitabilidad del vecindario sináptico, lo que podría reducir la capacidad de las redes neuronales para llevar a cabo sus distintas funciones; deprimir la región.

Teniendo esto en cuenta, cabe matizar que podría ser que distintos fenómenos atribuidos a la anestesia (sedación, amnesia, parálisis, analgesia) se deban a distintos efectos de la droga sobre el organismo; la misma sustancia podría, por ejemplo, afectar tanto a la estructura electroquímica a través de la sinapsis como al campo magnético. En este sentido, podría ser que convergiesen tres factores en el funcionamiento de la anestesia: un paradigma inhibitorio «clásico» que consiste en la mera supresión de las señales eléctricas o de señaladores químicos; un paradigma inhibitorio que consiste en inhibir la sinapsis y por consiguiente no inducir el fenómeno magnético de la mente (y por tanto tampoco la experiencia subjetiva de la intervención); y el mentado paradigma de la jaula de Faraday, como modulador inespecífico de la actividad cerebral con efecto depresor.

Además, cabe recordar que varios fármacos se combinan, por lo que distintas sustancias pueden tener distintos roles. Por ejemplo: un amnésico en relación a otro fármaco que produzca sedación, analgesia y parálisis. Quizá unos actúen en la sinapsis electroquímica y otros en la mente magnética, y otros en ambas.

¿Y ahora qué?

Y yo qué sé, no soy médico. Pues a disfrutar de tu fenomenología subjetiva, supongo, que sea lo que fuere es lo único que tienes: la experiencia de que existes. Y si crees en Dios, pues mejor, porque a ver cómo le explicas a la gente que no espicha una vez, sino cada día, cada vez que duermen.