Repartir carnés; esa turbia costumbre empieza a ser recalcitrante. A poco que opines siempre habrá alguien cerca que te compare con su ideología, que te etiquete bajo sus prejuicios, que te trate en función de sus dogmas. (No tengo claro si es deporte o discapacidad nacional, pero me apoyo en la certeza de que ninguna de estas opciones la hace menos turbia costumbre nacional.)
Y no huelga obviar la mala educación que subyace en tal actitud; la actitud de no dejar que los demás se posicionen, la de asumir que nuestra inteligencia se ha adelantado a las tesis del resto. Es lo que tiene la ignorancia, que es muy atrevida. Empezando porque la mitad de la gente está por debajo de la media y acabando porque la otra mitad tampoco lee demasiado; parece ser que una ingente cantidad de personas otorga una velada patente de corso para que se les trate como analfabetos funcionales. Gente con iPhone que no lee, gente con Android que no escucha, niñatos y niñatas en Tuíter e Ínstagram siendo pontífices de su propia idiocia, ignorantes todos de que sus lagunas mentales nos afean la existencia al resto; esos que sí leen, que sí escuchan, que sí saben porque quieren Saber —en sustantivo—, no llevar la razón.
En este magno mar de opiniones sesgadas, medias verdades y mentiras enteras, cabe destacar la malsana costumbre de posicionar al prójimo dentro del binomio izquierda-derecha. Lo que yo me pregunto en estos casos es si no se dan cuenta de que ese es un razonamiento monopolar, unidimensional. Es una dicotomía que divide el mundo entre buenos y malos en función de dos colores políticos que (intuyo) no mucha gente entiende. De hecho, ¿lo entiendes tú? Cuando enfrentamos a gente con aparente afinidad ideológica, no tardan en aparecer contradicciones.
Por eso, además de pedir que la gente sea juzgada por sus hechos (y no por sus opiniones), pienso que deberíamos incrementar el nivel de complejidad de nuestro posicionamiento político. (Es una forma sofisticada de pedir que dejemos de comportarnos como imbéciles.)
Para empezar, podemos considerar tres dimensiones. De forma muy similar a como se enuncia en The Political Compass:
- Colectivista—Individualista
- Libertario—Autoritario
- Conservador—Progresista
Así las cosas: la primera dimensión haría referencia a si pensamos que los recursos han de ser compartidos o que cada cual ha de jugarse la vida de acuerdo a sus recursos de partida; la segunda dimensión tiene que ver con cuánta potestad tenemos para imponer nuestra voluntad (individual o colectiva) frente a la de nuestros iguales; y la tercera dimensión guarda relación con la brújula moral, entendiendo lo consuetudinario como algo opuesto a un relativismo de los valores en función de la época.
Claro está (como en el eje izquierda-derecha, aunque no se quiera entender) que no hace falta posicionarse en los extremos de ninguna dimensión; que hay espacio de sobra para matices.
Estas tres dimensiones representan ocho cuadrantes políticos. Cuando se compara con la dimensión única y poco clara de los rojos y azules, la visión contemporánea y reduccionista se descubre como una interpretación infantil de la realidad.
Por eso invito a la gente a que se defina en esos tres aspectos, con sus matices. Y sin prejuzgar (la manía existe, pero hay que aguantarse: los demás también pueden pensar por sí mismos). Si así se hace, pronto se descubren varias cosas:
- La gente de derechas es más «progre» de lo que creía.
- La gente de izquierdas es más «facha» de lo que pensaba.
- Pocas personas están dispuestas a ponerse en duda. Resulta que las ideas que albergan tenían que ver con su personalidad, no con su persona. Piensan así porque su narrativa en función de su contexto les asegura una mejor ventaja para sobrevivir.
- Quien dice ser dialogante termina siendo un memo, o mema, o meme.
Hágase pues mi voluntad: ¡sapere aude!