Twitter parece vacío últimamente. Me ha asaltado la idea de que no sea más que una colección de carcasas. Los agentes con poder para orquestar bots y dirigir la agenda de los #TrendingTopic gestionan miles de cuentas que les dan la razón.
Métase en cualquier discusión alzada. La gente está en los detalles, no en aquello que dicen personalidades alzadas. Hay influencers medianos rellenando el timeline, aupados por pequeños pececillos dirigidos por un operador remoto.
De esto ya se hablaba en IntelExchange, un foro dentro de TOR. Un anónimo explicaba una oficina con una meme squad operativa; los novatos recibían un argumentario básico, que debían repetir contra los adversarios en las redes sin entrar en discusiones finas. Habría otros tipos de operaciones, pero su complejidad era delegada a los experimentados.
Las últimas elecciones en España me hacen sospechar de todos los partidos, sin excepciones. Internet ha demostrado ser un páramo mal legislado, lleno de zonas oscuras donde cambian las normas del juego. Cuesta creer —hace falta ingenuidad—, que la misma gente que puede pagarse un yate o poner una bomba no piense que puede encender un ordenador y cambiar opiniones.