Lo que sigue es un relato de ficción. Cualquier parecido con la realidad es cosa tuya, que tienes demasiada imaginación.
Una historia siempre tiene cuatro lados: tu lado, su lado, la verdad y lo que pasó realmente.
Jean-Jacques Rousseau
Una vez alguien me hizo daño, y quise escribirlo, y me ayudó el soltarlo. Entonces JL dijo: que a esa persona le daría igual leerlo; como si fuese inocuo contar tu versión ante el foro; como si hubiese sido una pérdida de tiempo, e insistió, e insistió, e insistió. No consideró la posible utilidad, ni me invitó a mostrárselo; insistió en que sería inocuo. Ni siquiera hubo un «con que a ti te sirva, es suficiente». JL es experto en dinamitar por envidia la sanación de otros. Ahora miro atrás con distintos ojos y entiendo su actitud, así que volveré a hacerlo. Porque a mí sí que me sirve y eso es suficiente.
Hay quienes no tienen integridad, ni honor, ni respeto; y tratan de convencer al resto de que la vida es así. Eso aprendí leyendo el enésimo azucarillo: «Querer es poder». Los cojones, respondí. Entonces le conté al azúcar una historia, un ejemplo, de cómo la voluntad se ve medrada por la indecencia. Cuidado, azucarillo, con los narcisistas encubiertos.
Lo primero fue llamarme amigo. Lo segundo fue dinamitar los valores morales. JL no cree en los valores morales. JL justifica que el altruismo no existe, que la democracia está hecha para hacer trampas. ¿Recuerdan eso que decía Kant, lo de que hay que tratar a los demás como fines en sí mismos, no como simples medios? JL tampoco cree en eso. Puede estar hablando horas con esos argumentos, como un académico, porque JL ha construido un relato en el que él nunca es responsable del dolor ajeno. Pero yo sí que creo en las buenas personas; da igual cuántos argumentos coleccionemos para que los árboles no nos dejen ver el bosque. Se puede ser buena o mala persona, se pueden respetar las normas (que están para algo), se puede dar sin esperar recibir. Que sí, que todos hacemos todo por algo, que hay tramposos, que hay morales injustas; pero que no traten de convencernos de que lo contrario no funciona, de que tener valores no sirve para sostener una vida feliz, en paz y digna.
2015. Conocí a JL porque me lo presentó su hermano. Su hermano comenzó a salir con una muchacha y JL se puso celoso. Parece ser que JL había estado compensando sus carencias en el otro, y al ver al otro feliz se sintió indispuesto. Entonces lo conocí y empezamos a divertirnos juntos. Me animaba a que grabásemos podcasts, y todo, y eso fue divertido. 2016: mimetizarse. No niego que hubiesen momentos divertidos, pero estaba calándome. Hasta me presentó a una muchacha que, sincerándome conmigo, debería haber intentando conocer más; un buen partido. A saber: a uno le hace feliz que otro te siga el tren de pensamiento, que os riáis de los mismos chistes, todo eso.
Pero aquel JL era solo una máscara, pienso ahora, o un actor sin experiencia que despertaría luego. JL encierra un profundo complejo: el signo de la inferioridad, que como averiguaría más tarde se cobra la integridad del resto. El verdadero JL es el iracundo que hay detrás, que se le escapa de vez en cuando, que camufla como excentricidad. JL necesita estar por encima, siempre. JL necesita equilibrarse saltando más alto, creciendo a tu costa, y hundiéndote si no puede hacer esto. Porque JL piensa que, porque ha sufrido, el sufrimiento del resto no es para tanto. Un gran defecto de JL es no haber asumido que cada cual es responsable de su mochila emocional; pero es que para hacer eso hay que mirar adentro, al abismo de la persona, y JL, simplemente, no puede.
Cuando confiaba en JL, le di trabajo. Primero de community manager y luego de marketing hub; palabros para decir que primer fue mi subordinado y luego me sustituyó en asuntos de comunicación y mercadotecnica. Con poco más 20 años, JL podía presumir de que facturaba unos 5.000€, y casi la mitad eran por mí, tonto de mí, que creí que JL me admiraba y respetaba por igual. Nunca le pedí que me lo devolviese, claro, pero asumí que al menos nos trataríamos como iguales en derecho y dignidad; error.
2017. Como community manager, inauguré un departamento con 4 personas, entre ellas JL. Pero no hubo dinero y tuvieron que cerrarlo. Habiéndose ahorrado 4 personas, JL fue por detrás y trabajó 3 años más allí, asumiendo las funciones de todos. Sí que había para pagar a una persona; esa fue su baza. Trabajó 3 años más gracias a mí, sin contar conmigo.
2018. Como marketing hub, abandoné un puesto por desavenencias éticas y le propuse a él. Esto fue mientras hacía lo anterior, de tapadillo. Quería sacar tajada, y sacó 2.200€ al mes por trabajar a media jornada (yo por más cobraba 700, ojo). Y no digo que me lo devolviese (de nuevo; nunca lo he dicho); hablo de la deferencia, de la consideración, de valorar al otro como un igual. Esto no fue así, aunque relativicemos la moral y exprimamos el discurso. Cuando lo miro desde lejos, no puedo evitar ver al chupóptero, el que sonríe cuando le das y te mete caña cuando sonríes tú. Hoy en día se ha puesto en LinkedIn que ejerce mi profesión, no la que le dí; con un título que denota unas competencias profesionales que no tiene. Ni programa, ni conoce los sistemas, ni desarrolla estrategias… se limita a poner publicidad y escribir, pero dice que tiene mis competencias. La competencia que le falta es hacer una entrevista de trabajo, porque consigue los puestos camelándose al resto; no soy el único que ha confiado en él.
Pronto vino alguien a decirme que JL «no está cayendo bien». ¿Sabéis eso de que el dinero no hará de ti la persona que quieres ser, sino que despertará la persona que siempre has sido? Con mis altos y bajos, con mis más y mis menos, he cometido errores, como todo el mundo; pero yo puedo jactarme de que el ingreso en mi cuenta, mi status quo, jamás ha condicionado como trato al resto. Si era un cretino antes, lo soy ahora. Si antes respetaba al camarero, lo respeto ahora. Tal no es el caso de JL, que en su debilidad se las da de lameculos y en su fortaleza, de tirano. «No está cayendo bien», me dijeron. ¿Pero qué he hecho?, pensé. Mi primer error fue traicionar otra norma de hecho: dale el poder a alguien que no lo quiera. Y no era el caso, no. JL necesita compensar su complejo de inferioridad. Se alimenta de poder y al tiempo se justifica, elude la indecencia de crecerse a costa de otros. «No está cayendo bien, no está cayendo bien». Y así JL siguió trajinando con los jefes y jefecillos que le había presentado, haciendo caja, medrando. Si algo hay que reconocerle, claro, es que es muy trabajador, muy dedicado.
2019. Entre tanto, JL me hizo algún favor: me cubrió una baja por burnout, estuvo al otro lado del teléfono cuando estaba borracho, y tal. Nadie es perfecto y aquí cumplió, entiendo, como cumple cualquiera que se considera amigo. Nada especial, pero algo vestido como recíproco. Gracias. Claro que a día de hoy reflexiono si lo hacía por hacer o, como dice él, por interés, por distraerme del embuste. Ahora esos recuerdos parecen una moneda de cambio, el argumento contra cualquier reprobación que pueda hacerle. Condicionamiento intermitente, claro.
2020. Entonces escribí un libro, y a JL le encargué el prólogo. ¿Sabéis lo que es un prólogo? Al parecer, JL, con todo lo que lee y sabe, no sabe lo que es un prólogo. «Con esto no vayas a una editorial», me dijo otra persona. Y tenía razón: su «prólogo» era la refutación de mi libro, una perorata filomarxista que intentaba desmontar mis conceptos. El prologuista, intentando sobreponerse al autor. ¿Se va entendiendo? Ñam, ñam, ñam.
2021. JL decidió abrir un e-commerce. Y ya apuntaba maneras; cogiendo sin dar ni las gracias, diciendo para desdecirme. Algo andaba torcido en su cabeza y aquí empezó a descubrirse el oportunista, el zalamero, el rastrero jactancioso que cambia al albur de sus ingresos. Durante meses no me dijo nada, mantuvo la tienda en secreto. Si le preguntáis, seguro dirá que no, que solo es discreto. ¿Pero por qué no decírmelo a mí, que no solo sé de comercio, sino de todo lo que implica gestionar un comercio online, que lo había fichado para gestionar dos? Cuando la tienda salió a flote, sus razones (peregrinas) fueron de órdago. Hasta había alquilado un piso y tenía a otras personas trabajando; entre ellas, una que le llevase la comunicación. «¿Por qué no contaste conmigo?», pregunté sorprendido. «No te habría interesado», me dijo. Esa fue su respuesta, ese fue su prejuicio. JL es tan inteligente que puede entrar en tu mente, entender tus circunstancias y responder por ti. Por eso, aunque yo contase con él, él no quiso contar conmigo.
En adelante, algo más le debió pasar por la cabeza; un progresivo cambio que lo transformó de un lameculos a un ser mezquino. Estaba claro que por aquella época yo ya no tenía nada que darle, su negocio iba en marcha (más o menos) y no me interesaba el trabajo (había dicho), ¿así que por qué seguir respetándome? Jugábamos de vez en cuando, quedábamos de vez en cuando, como un trámite para mantener el canal abierto, supongo, pero el canal estaba vacío de empatía, de reciprocidad, y en su lugar había simple utilitarismo, un artificio; si compartíamos momentos era porque necesitaba estar entretenido. Claro que esto lo pienso ahora. Como ahora pienso que JL no es buena persona sino bueno con quien le interesa; un ser perverso.
Poco a poco, JL empezó con las pullas, medrando mi autoestima en reuniones públicas; juicios de valor que nadie había pedido, haciendo mofa a mi costa, conchavando a quien estuviera. Y en una discusión empezamos hablando de ideas y él siguió tratando de convencerme de que yo no podía usar ciertos conceptos y cuando mi disertación ya hacía aguas porque según él no soy capaz de entender, entonces bajó al terreno personal: a subrayar mi discernimiento, disfuncional, un hecho objetivo, según él; era obvio que me faltaban entendederas. Y como comprenderéis, me molesté (oh, sorpresa). Aunque la cosa no acabó ahí. Por esas mismas fechas, el día de mi cumpleaños, entre idénticas risas, se le ocurrió preguntarme si le presentaba a un familiar cercano, empresario, para que le prestase dinero.
Espera, espera. Necesitaba entenderlo: se supone que a mí no me interesaba trabajar con él en un puesto como el que yo le había ofrecido, en la empresa que él había montado, en parte, con el capital que consiguió gracias a mí; pero a mí sí debía de interesarme presentarle a un familiar para que capitalizase esa misma empresa, poner en riesgo mi relación con el núcleo íntimo de mi familia. Entiendo que me interesaba contar con él para que otros le diesen dinero, pero no para recibirlo, ¿era eso? Me interesaba dar, y dar, perder el control, y quedarme mirando en una esquina, aplaudiendo, ¿era eso? Respiro hondo y medito: ¿a alguien le quedarían dudas del oportunismo y la hipocresía que esta actitud destila? ¿Por qué dudé yo? «Era solo un comentario», me dijo. Sí, el típico comentario que si cuela, cuela. JL se había quitado la máscara.
Y tras una semana turbado, le canté las cuarenta. Yo tenía otros problemas de salud, personales, asuntos graves; así que JL practicó su gaslighting para tratar de convencerme de que mi rabia venía de fuera, de «problemas que sí son importantes». A lo que añadió «y cuidado, porque si ponemos todo en una balanza, a lo mejor no sales ganando», que estaba siendo demasiado «mercantilista». Y esgrimió, también, la carta de que otros se habían reído; eso, echándole las culpas a quienes conchavaba, como si no fuese él quien dirigiera. Y ese es JL, ahora y siempre, por los siglos de los siglos: una cáscara vacía, una cara amable que trabaja para que el niño roto de dentro: coja sin agradecer, te ignore si eso supone que perderá la ventaja, te hunda si ve que tú subes y él no. El destilado de JL, por dulce que sea al principio, tiene un regusto amargo. Tiene muy buena publicidad, esto no puedo negarlo: discursos machacones que te pillan por cualquier flanco, que cubren cualquier pero, un taladro dispuesto a sueñalar lo idiota que eres, no a tener razón. Por eso las solución para superar a JL no pasa por hablarlo con él, porque te confunde, sino por escuchar dentro, por reflexionar sobre cómo te estás sintiendo cuando él anda cerca. Algunas personas que conozco andan en fase de negación; discuten con él pero siguen justificándolo.
Ahora lo pienso y claro que a él no le convenía que lo pusiésemos todo en una balanza (nunca lo he hecho, reciprocidad no es igualdad, insisto), y me tachaba de mercantilista; está claro que él saldría ganando. En aquel momento habría sido mejor decirle que sí, que venga, que lo pusiésemos todo en una balanza. No tengo miedo a perder porque diga lo que diga, él saldría ganando. Si él ha seguido medrando y yo me he marchado, si a mí me duele y a él no, si él ha ganado felicidad y dinero y yo he salido perdiendo oportunidades y ánimo; creo que está bastante claro quién saldría ganando. Ñam, ñam, ñam.
Y así recuerdo otro momento. Una vez estaba con JL en una terraza cuando empecé a perder el conocimiento; era una bajada de tensión. 2021, creo. La vida se pone negra de verdad, los oídos pitan, ya sabes. Le pedí que fuese a por agua y azúcar y él se metió en el bar. Los segundos comenzaron a correr y yo me desvanecía cada vez más. No sé cómo aguanté, varios minutos, sujetándome la cabeza y respirando a bocanadas, y JL no venía. Y no sé cómo conseguí caminar (mareado, taciturno) y llegar a la barra a pedir yo el vaso y el azúcar, como pude. Allí estaba JL charlando tranquilamente con algún conocido. Pero a tenor de que sobreviví, de que conseguí llegar a pedir ayudar por mis propios medios, asumo que JL no actuó con cinismo y que lo mío no era tan grave. Supongo. Para tener razón, tendría que haber perdido la consciencia del todo.
Y algún que otro desplante de por medio. Regalarle un libro y que diga que ya se lo ha leído y es mediocre, por ejemplo. Nada de fingir, la cortesía es moralismo. Espetar opiniones a la cara, por muy feo que siente, es un derecho. Porque los perfiles narcisistas, encubiertos o no, viven con el axioma de que merecen, decir o hacer, por derecho. Como empezar las frases diciendo «es qué tú no sabes de X».
El tiempo pasó y decidí disculparle, tonto de mí. 2021. Así ganamos 900€ por cabeza gracias a una idea suya, hicimos un par de viajes, algunas cenas, jugamos a juegos; lo normal, supongo, cuando la vida va normal. Con todo, no pudimos negarnos algunas risas de por medio. Si no, apaga y vámonos (que es lo que tendría que haber hecho). Aunque no olvido que, entre juegos de mesa y videojuegos, JL se pilla rabietas infantiles cuando pierde, maldice y da golpes en la mesa; se quita la máscara; de estas tengo alguna que otra historia vergonzante (golpes a la mesa, obcecaciones, insultos), pero ya me estoy extendiendo mucho.
. Y el tiempo pasó más, y más, y mi disculpa se transformó en aceptación de su persona. El JL cretino pasó de ser una excrecencia al nuevo estándar tolerable. Y yo pasé un año y medio de terapia, medio año más de lo mismo con mi familia, y comencé a arreglar mi vida como pude. Puedo decir que JL me ayudó un ápice, recomendándome un gestor, y eso fue todo; un gestor de mierda, os lo aseguro. 2022. Claro que empecé otro podcast y cuando se lo dije, ahora la opinión era que «total, para que no nos escuche ni Cristo». Con todo, al finalizar, yo estaba más feliz, más resuelto, menos rodeado de problemas, más sano, más tranquilo, más en paz con la vida, hasta perdiendo peso. Y entonces fui testigo de nuevo del monstruo que vive en JL, la bestia siempre despierta que comenzaba a acechar de nuevo. Supongo que a mí me iba bien y eso no es tolerable; JL es un envidioso patológico. JL ya no podía sacar más trabajo de mí, y disfrutaba de su empresa, y de una empresa en la que le metí, y de su beca pre doctoral (cuya tenencia es incompatible con otros ingresos, guiño, guiño), y de algún que otro cobro, mientras decía que yo tenía la vida solucionada, mientras critica al resto por sus decisiones. Una persona que, hasta donde me llegan las entendederas, está estafando al Estado con la beca mientras presume ante el resto que le pagaremos el sueldo. Y lo dice él, que tiene casi 30 y sigue viviendo con sus padres. Porque claro, JL puede tener todo el éxito que quiera, que su gran fracaso es ser un infeliz crónico, un envidioso enmascarado. JL tiene la costumbre de explicar al resto por qué están mal, cuáles son sus defectos. A estas alturas, ya sabrás que JL no tolera que nadie esté mejor que él. Y para salir de eso tiene a dos tipos de personas engañadas: las pocas a las que drena para compensarse, y las muchas ante las que actúa para que sus víctimas pasen por exageradas.
«Ahora estoy con una novela», dije un día ¿a una amiga suya, a su pareja? «Trata de esto, y de esto otro». Él escuchó y caviló. Estábamos en una cena. Y ante la audiencia sentenció: «Ah, como esa serie de Nexflix… ¡que es una mierda!» Risas, risas a mi costa, no conmigo. Me recordó a otra historia. Hacía años una mujer me mareó, y me recordó a lo mismo; yo no sabía si ella me estaría siendo fiel y JL me «ayudó» recalcando que «seguro que está follándose a otros». Y no me vale una de cal y una de arena. El refuerzo intermitente, se mire como se mire, es tóxico. Ni moral relativa, ni altruismo inexistente, ni trampas buenas, ni idealismo malo; se mire como se mire, tratar mal es maltrato y maltrato es medrar la autoestima para jactarte. No hay justificación para la malignidad, es una tara y punto. Me parece sádico, sí así se entiende mejor. Una persona que se hincha el ego hundiendo la autoestima del resto no es una buena persona, nos pongamos como nos pongamos; por muchos circunloquios que esta esgrima para defenderse.
2023. Entonces teníamos un viaje planeado: Pamplona. Todavía no iba muy bien de dinero y me suponía un esfuerzo, él lo sabe. «Si no vienes, me enfado», me dijo. Y ahí que confié en el por última vez. Él es especialito comiendo, además. Y como ya tuvimos lío unos meses antes por lo mismo, le pedí que mirase restaurantes. Siendo él el centro de su vida y el resto orbitando su mundo, JL decidió ignorar mi pregunta, durante días, y hablar de otros temas. Es algo que ha venido haciendo: marcar quién habla y sus tiempos. Ese es el concepto que JL tiene de una relación entre iguales: yo cuento contigo (con tu dinero, con tu tiempo, con tu paciencia, con tu atención… o me enfado) pero tú no cuentes con mi respuesta. A JL le gusta marcar esos tiempos; una estrategia más para sentirse por encima (que es absurda, pero allá el crío). Y cuando lo llamé a filas, distraído él como estaba por juegos de mesa y videojuegos, hablando en varios foros de otros temas, me dejó claro (en privado) que él había vuelto a decidir por mí: «lo hablaremos allí». Y claro, aquella noche, víspera del viaje, me debatí sobre si ir o no ir. ¿He de ir detrás de las personas, he de premiar una mentada amistad que no es recíproca, que es altanera, prepotente, esquiva, desigual? ¿Es acaso una amistad? Soy gilipollas.
Como he dicho, me iba bien, mejor que en mucho tiempo, y JL aprovechó el viaje para lanzarme dardos cuando hablaba. Soy grande y pacífico, una buena diana. Y hacía mofa a mi costa sin contar conmigo; cuestiones personales carentes de empatía, enrolando al resto, a quien luego podría responsabilizar de también haberse reído: que tengo la vida solucionada (según él, y sin considerar los muertos de por medio); que soy caótico (aunque a la vez provoca él que no nos coordinemos); que soy desordenado, inconstante; que si sabéis cuando alguien cuenta un problema pensando que lo tiene todo el mundo y sólo le pasa a él y jijijí jajajá; que por qué sólo hablas de ti; etcétera. Tengo un archivo llamado «piropos de JL» con todo lo que me dijo aquel día. Desagradable, entiéndase. Y al segundo día, claro está, no me apetecía compartir espacio y tiempo con la sabandija. ¿Qué «amigo» te hunde para sentirse por encima, qué amigo justifica con pretendida objetividad lesar tu autoestima? Una vez, lo entiendo, es jocoso; dos quizá… ¿pero por sistema? ¿Es gracioso que se rían de ti en tu cara? Me di cuenta de que JL quería incidir en mi yo del pasado, llevarme hacia mis taras (que el no entiende porque no le conviene), tenerme sometido dentro de mi sombra para así, mientras me tenga enfrente, sentirse un poco por encima, un poco más lejos de su complejo de inferioridad.
Y al llegar me despedí y me fui y ni siquiera me habló. Me fui de dos grupos de WhatsApp, y le tiré de otro, y ni siquiera me habló, porque yo ya no le sirvo, porque sintió que perdía el control y necesitaba descartarme. Él se salió de todos los demás en los que compartíamos espacio, porque su orgullo herido, ahora lo sé, era incapaz de procesar que yo fuese quien tomaba el control. Y silencio. Porque JL no tiene más remordimiento que el que le toca el ego y el status quo. Y se ha convencido, claro, de que las normas sociales, la empatía, la reciprocidad y el respeto no van con él. Mucho hablar, mucho justificar sus actos; pero si al final del día, tras estar con alguien, te sientes hundido, no hay cuento que justifique que quien te ha acompañado es una buena persona. Las buenas personas no vampirizan el ánimo del resto, no justifican el daño que te han hecho, no tratan de explicar por qué su mala educación y tu incomodidad son cosa tuya. Y si sigues justificando a alguien que te trata así, es que todavía estás en fase de negación. Las buenas personas no eligen objetivos selectivos y mantienen la fachada hacia los demás, para cuando el objetivo se queje, que parezca un loco. Ni hacen gaslighting, o en español de aquí: le quitan hierro a la ofensa, te desdicen y se hacen los sorprendidos.
Y así me di cuenta, más tarde, de que la empresa en la que le metí tampoco va bien. Dinamitó lo que habíamos montado, eliminó a las voces discordantes y trabajó bajo mínimos cobrando cuanto pudo. Cuando entró había seis desarrolladores y ahora les da para pagar un puñado de becarios. Y ahí sigue; mamando, copiándome las competencias que tengo en LinkedIn sin tener ni idea; y si se me pide, puedo demostrarlo. Y claro, JL tiene una razón de por qué las cosas no van bien: que no le dejan trabajar, de ahí los malos resultados. No es que no sepa, no es que no sea un buen profesional, un fraude sin creatividad. Imagino al médico al que se le mueren los pacientes pero no deja el hospital, sigue cobrando, durante años, diciendo que no le dejan trabajar, y aquello es un carnicería. Si ese médico tuviese integridad, honor, respeto por la profesión, antepondría esos valores al dinero y se marcharía. Pero JL quiere el dinero porque eso significa poder, y quiere el puesto porque eso significa status, quiere cualquier realidad que lo sitúe por encima del resto. Hará todo lo posible para no perder aunque eso implique perder la dignidad. Y se permite el privilegio de tratar al resto en función de donde esté él, siendo a conveniencia un tirano o un lameculos. Ese es JL: un hipócrita crónico, un narcisista encubierto, un sociópata que inventa cuentos para no responsabilizarse de su enfermedad.
Y la gente creerá que exagero, pero conforme más desmenuzo los momentos más veo al JL perverso; tan perverso que no lo creerías.
Y como víctima, sí, algunos pensará que exagero. Es normal, porque la gente como JL consigue darle la vuelta a sus estrategias; eligen a los vulnerables, no a todos, y se esconden bien entre el resto; controlan los flujos de información y son hábiles con las medias verdades. En fin, es lo que es, no puedo hacer más que soltarlo para que esta bilis no me viva dentro. El resto de gente que piense lo que le dé la gana. Por mí que se dejen engañar, si eso es lo que quieren. Hasta hay quienes querrán justificarlo (entiendo que, en parte, por el orgullo de no atreverse a reconocer que también se ha aprovechado de ellos). De estos sociópatas hay que alejarse y a otra cosa. Por eso, esta historia es también una lápida. Adiós, JL. Bang, bang, estás muerto. Si resucitas porque esto te molesta me queda el artículo 207 del Código Penal, la exceptio veritatis, y entonces hablaremos en sede judicial.
Aunque esté dolido, me contento con pensar que JL es la excepción, que no soy yo el que está peor de la cabeza; porque pienso en las otras personas que dicen ser mis amigos y con ellos no me siento mal, y no se mofan de mí, sino que siento que nos tenemos en cuenta, que hay admiración mutua, aprecio, que el bien y el mal existen y se diferencian, que empatizamos, que aunque el altruismo pueda ser interesado (me da igual) se puede dar más de lo que se recibe, que podemos tratarnos como fines en nosotros mismos, que hacer trampas es patrimonio de aquellos maladaptados incapaces de seguir las normas que nos hemos dado. Si los ideales sirven para vivir feliz y relajado, me basta, aunque otros digan que es mentira y te intenten hacer dudar de tus principios para colarte (la ausencia de) los suyos. A mí me da igual que me digan que idolatro a un ídolo de barro; más falso me parece vivir pensando que para ser alguien se debe estar por encima del resto. Pale Blue Dot, de Carl Sagan. La falta de empatía, la soberbia, la impulsividad; son déficits, los verdaderos defectos. Hemos evolucionado porque hemos cooperado, y hemos cooperado porque trabajamos en equipo, no simplemente en grupo. Esa adicción a ganar, esa pulsión patológica por elevarse y hundir a los demás, por copiar sin crear, esa necesidad compulsiva de vencer; despiertan mi asco. Qué fútil ejercicio: intentar dominar por un breve lapso de tiempo una porción de una porción de la existencia, como si esa fuera la meta más elevada a la que podemos aspirar. Convencerte de que lo natural es competir es un total embuste. Ser egoísta por bandera insulta la condición humana. Por mucho que sobrevivir sea un mal necesario al que nos vemos abocados, que a veces tengamos que luchar por nuestro espacio, lo natural es vivir y lo sabio es vivir amando. Y amar significa crecer juntos. Sugería mi abuelo que hay que aspirar a una «vida sencilla y trascendente» y en ello estamos. Si de algo va esta movida de la existencia, es de estar en paz con uno mismo o al menos intentarlo. Digan lo que digan los que viven en guerra consigo. Ya lo dijo O Sensei, Morihei Ueshiba: 正勝吾勝; «la verdadera victoria es la victoria sobre uno mismo».
En resumidas cuentas: amaos, amad y permitid que os amen; huid de los vampiros.
FIN DEL CUERVO
PD: Ah, y si me preguntáis cómo de convencido estoy de lo que acabo de decir, os recuerdo que esta historia tiene cuatro lados y esta es mi versión, claro; la versión de un idealista fantasioso y sobreactuado (Cluster A). No obstante, si le preguntáis a JL (Cluster B), quizá solo tenga un lado: la verdad objetiva y absoluta de su humilde opinión, en la que yo, cómo no, estoy equivocado.