Mes: marzo 2016

Notas sobre la meditación

Hace poco me preguntaron si era budista. Dio la casualidad de que mi respuestas coincidió con otra que más tarde encontré perdida entre las páginas de El Espejo Vacío. Yo sólo estudio el zen, si es que hay zen que estudiar.

Habida cuenta de que mi iluminación pasa por devolver el cuadro de luces a su posición original cada vez que mi casa se queda (semanalmente) sin electricidad, que quede claro que no soy un experto, y que lo que sigue no es más que una colección de notas personales relacionadas con lo que siento cada vez que me siento —doble significado— a no hacer nada. Ojalá a alguien le ayude a entender algo.

1. La experiencia que proponen el budismo, la secta zen y otras tradiciones similares no es una cuestión de fe. No hay nada como un Dios paternalista, y en ese sentido el budismo es ateo. Cuando se habla de «Dios» no se refiere a la figura de un Creador, sino al Todo, el Universo, el Cosmos, La Verdadera Realidad, el Zeitgeist Inmutable A Todos Los Tiempos. Ya me entiendes: que Oriente y Occidente usan la palabra «God» pensando que hablan de lo mismo cuando se refieren a cosas distintas.

2. Las religiones monoteístas-paternalistas (judaísmo, cristianismo, islam) proponen una serie de preceptos que hay que respetar para ser un buen creyente. Por contra para el budismo, los ingredientes para ser feliz no viven fuera del sujeto; ser feliz es más una cuestión de aprender a estar en paz con uno mismo, una decisión personal, no un checklist por completar para contentar a otro. Las religiones basadas en la fe te obligan a confiar más allá de la evidencia con promesas más allá de la vida. Como diría Steve Hagen, el budismo persigue un estado mental y para eso no hace falta creer en nada ni hacer nada más allá de sí mismo.

3. Es fácil ser una religión cuando tienes La Torá, La Biblia o El Corán. Ni el budismo ni el zen tienen libros canónicos; y pese a que el Dharmapada y Hogen son nombres famosos, no existe dogma en el que creer sino que se produce una exploración colectiva del fenómeno religioso, por lo que la forma de entender el zen es escuchar a quienes han estado allí antes. Recuerda que nadie tiene una Verdad que ofrecerte que sea más válida que la tuya; únicamente te muestran el camino.

4. La idea de que la realización, la Iluminación, es algo que todos albergamos ahora, ya. Esta idea puede parecer digna de un libro de autoayuda, pero para mí es un concepto revolucionario. Mientras nuestra cultura vincula la acumulación a la realización, el budismo entiende que ser feliz es aprender a no necesitar, por lo que cuanto menos desees y te apegues a lo que te rodea más fácil te será ser feliz; con lo que si acabas por no desear nada, la Iluminación será palpable. Para mí es el equivalente a ir retirando todas esas lonas que cubren nuestra luz interior: pensar que si no haces A no serás B, creer que hay que hacer C, preocuparte por qué dirá de D cuando le cuentes lo de E, las posibles consecuencias de F sobre G, y toda esa colección de pensamientos contingentes que no hacen más que mantener la mente en un estado de perpetua agitación. La Iluminación es el estado subyacente a nuestra experiencia consciente, el inocente y amoral estado de «ser» tan similar a cuando apenas medías un metro y eras capaz de vivir enfocado en un presente feliz, sin preocuparte por chorradas.

5. Para el zen existen dos formas mayores de percibir: entender y observar. La razón y las emociones permiten abstraer el mundo, prevenirlo y sobrevivir, pero nos encierra en la idea de que tenemos que seguir pensando y por consiguiente juzgando nuestro entorno para seguir adelantándonos a sus movimientos. Observar, por otro lado, nos invita a aceptar lo que llega tal como llega, sin juicio, sea música, palabras, sensaciones, noticias, etcétera; esta es la práctica habitual de la meditación, en especial de la no-mente, y aunque la vindique cabe subrallar que la Iluminación no atañe únicamente a la consecución de este estado receptivo sino que tiene que contemplar todas las formas de entender en su conjunto.

6. El zen puede ser contradictorio por una sencilla razón: La Razón. Cuando se intenta racionalizar toda la experiencia, incluidos los sentidos, se está colocando un filtro antropológico dentro de la experiencia que distorsiona su sentido original. Por eso se dice que la Iluminación es un estado mental. En el momento en que la sientes, pararte a pensar qué sientes te aleja de ella.

7. Todo cuanto puedes hacer para sentir aquello de lo que hablo es nada, cuanto menos mejor. El objeto de la búsqueda se encuentra perdiéndose y abandonando tal empresa. Cuando medito me invaden ideas que tienen que ver con cuándo acabaré, con la postura, con lo que tengo que hacer, con si mi vida tiene sentido, etcétera. La solución pasa por abandonar todas esas quimeras tan pronto como te das cuenta y volver a centrarte en observar algo; empiezas con las respiración y acabas asimilando gradualmente mucho más.

 8. El satori no es la meta, pero es una agradable consecución. Inmersos en la práctica del Buda, existen momentos de «entendimiento», accesos de lucidez que ocurren cuando nuestra falta de esfuerzo surte efecto. Se puede pasar mucho tiempo sentado hasta que se dé, pero eventualmente sucede en quien practica: de pronto sentarte en medio loto no te molesta, y la espalda encuentra el equilibrio vertical, y respiras hondo, y disfrutas al exhalar el aire y… Y ahí está, Eso. Durante un segundo, o dos, quizás incluso menos, no piensas, nada te molesta, y solo ERES. Pasado el primer satori, puedes decidir ignorar el Zen lo que te queda de vida, vivir agitado el resto de tus días; lo que ya no podrás negar es que hay un estado de calma infinita al que podrías acceder si siguieses practicando (porque está ahí, porque sólo hay que quitar las lonas que lo cubren).

9. El kōan es una herramiente muy útil en el estudio del Zen. Un kōan es una formulación que espera una respuesta elucidada a través del entendimiento del Tao (perdón, de Dios). El lenguaje textual nos obliga a racionalizar lo que se nos dice; por eso, cuando se recibe un kōan por primera vez, que ha sido formulado desde la intuición, ni su contenido ni la respuesta que el maestro espere como acertada tienen por qué ser congruentes. Pero, si el discípulo tiene la mente abierta y ha reconocido la Iluminación a través de la meditación y los momentos de satori, la respuesta debería nacer de forma intuitiva. De forma análoga, los kōan se formulan como llaves a la Iluminación, y algunos discípulos meditan durante años sobre el mismo hasta que el maestro acepta una respuesta válida. Se entiende, claro está, que el kōan puede actuar como una bomba de relojería una vez el sujeto lo comprende a través de la meditación, como una Autopista Hacia El Cielo.

10. La ciencia y el budismo son aliados. Los monjes se han estado sometiendo a experimentos, bajo la premisa valiente de que si algo no es verdad no tiene sentido seguir aceptándolo.

11. He meditado de muchas formas. La respiración que mejor me funciona es una inhalación de cuatro segundos, sostenida siete y seguida de una exhalación de ocho. A veces he dejado el tiempo correr, mientras que ahora marco veinticinco minutos en un reloj de cocina (como el de la foto). Me siento sobre un par de zafus hechos a mano en medio loto, con una manta y el calefactor ahora que hace frío. Si un día no lo hago, no me preocupo; algún que otro día he decidido parar de súbito y meditar expontáneamente. A veces me he sentado como los occidentales. Al final, lo que cuenta es la práctica consciente. De nada sirve sentarse si uno no entrena el aspecto vital clave: la consciencia, estar presente, observar sin juzgar, en lugar de soñar despierto. Hay que ser consciente, insistir en centrar la consciencia sin forzarla, y con el tiempo la plasticidad neuronal (o el hábito) hace el resto. Para el inexperto, diez minutos al día bastan para notar los efectos pacificadores al cabo de una o dos semanas.

(Y esto es todo por hoy. Si tienes dudas, puedes ponerte en contacto conmigo, aunque seguramente tendrás un centro budista cerca donde te puedan dar mejores pistas)