Cazadoras de certeza

El ave rapaz da por hecho que vuela. Extiende sus alas sobre las corrientes, y deja que las plumas acaricien el viento. En algún lugar su cerebro calcula sin esfuerzo la trayectoria, mientras se distrae oteando el suelo.

Avistada la presa, cancela la parsimonia en pro de la supervivencia, y desciende como un dardo de muerte hasta atrapar minúsculas alimañas.

Este contraste entre la paz avizora y la violencia certera desvela su natural don para el asesinato sofisticado. La caza, reservada en tiempos primigéneos a depredadores voraces, se torna en un ejercicio de observación consciente, casi diría hiriente meditación; porque, cuando das por hecho que vuelas, cuesta menos preguntarse qué harás la próxima vez que visites el suelo.

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